miércoles, 26 de diciembre de 2012

De pesca.

Y todo era precipitado. Tus llamadas, nuestas salidas, todo se convertía en algo rápido y sin previa meditación. Ahora que tengo tiempo lo pienso y digo: calma, serenidad, simpatía y amabilidad. Es preferible hacer las cosas despacio y bien que deprisa y mal.

Hay veces en las que no hay tiempo para pararse a pensar. Veces en las que sólo puedes actuar y todo depende de ese momento. No pretendo forzar la máquina pero con un poco de ayuda todo sería más sencillo. Al final, cuando se está pescando, se suelta hilo para engañar al pez y, en el momento más inoportuno, clavarle el anzuelo y que quede pescado. No pretendo pescar nada ni engañar con nada. Pero la longitud de ese hilo es mi paciencia. Supongo que llegará un punto en el que ya decida dejar de soltar y diga hasta aquí; Ahora empiezo a recoger.

Siempre sucede que alguien tiene que ser el primero. Y eso conlleva a que alguien tenga que ser el último. La mejor posición entre estas dos, la del primero; Sin embargo, es la más complicada.

Seguimos en el río un día más. Hoy ni he soltado hilo ni lo he recogido. No vengo a pescar. Vengo a reflexionar con el sonido del agua de fondo lo precipitada que se vuelve a veces la vida, según para quién. Unos piensan en que es demasiado y otros pensamos que es demasiado poco.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Temporización

23 de diciembre, diez el 21. Lejos uno del otro, con escasa comunicación. Cada vez que toca un período vacacional, un hilo se corta. Es la confianza la que hace que las cosas no se desvanezcan. Me conozco esta historia, la de siempre. Una mano que dice adiós a través de un cristal. Una pequeña melancolía que te envuelve.

Y en aquel momento, daba el sol y se oía caer el agua de la fuente. Pensaba no en que se parara el tiempo sino en que estuviese siempre así, con la respiración relajada, escuchando, escuchandote hablar, reir, callar... Son pocos días, es poco tiempo, como a poco sabe el tiempo que pasamos juntos. Últimamente, casi doce horas diarias. Últimamente.

Una sonrisa, una canción, un abrazo infinito, unos ojos cristalinos que miran con cariño. Esa mañana supe que era único y para siempre. No era una intuición, era el propio momento que me daba una representación a largo plazo de cómo se irían desarrollando los acontecimientos.