sábado, 8 de septiembre de 2012

Hechos y no palabras

Y pasó el verano. Tal cual llegó, se fue. Todas esas mañanas pensando en que el primer día de trabajo no llegaría nunca y esas noches de brisa marina, de aire fresco de la montaña o de calor de ciudad se disiparon.

Y también quedaron atrás ese calor sofocante, esos baños en el Atlántico, ese ruido de los gallos al despertarme, los helados, las comilonas...

Pero hay algo que se ha quedado enganchado en el fondo de mi ser. La culpa, mía. Es inevitable que dé. Me encanta dar. Me encanta llamarte, saber cómo estás, comprarte un detallín... En realidad esperaba algo parecido de ti. Quizás yo, inconformista como siempre, no me quedo a gusto con saber de ti una vez a la semana, pero, soy así. Esperé tu llegada con una gran ilusión que se tornó en conformismo al ver que por tu parte no había las mismas ganas ( puede ser que no se pudiera pero siempre se puede porque querer es poder) . Cuando la emoción y las ganas de tirar del carro dan paso al " bueno, vale" y a la decepción, he de decir que algo ha fallado. Y ese algo soy yo, por no querer ver las cosas como son.

No es la primera vez que me pasa, pero sí a este nivel. Cuando conozco a alguien, sé de sus defectos y de sus virtudes. Todos tenemos nuestros más y nuestros menos. Me hago la ciega hasta que tarde o temprano las cosas salen a la luz y la realidad es la que es, no hay más vuelta de hoja.

¿Decepción? Puede que sí. Pero ya da igual, el pasado, pasado está. Sólo queda mirar al futuro y pensar en el presente. Veamos hasta dónde llegamos.

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